martes, 14 de julio de 2015

PEDIR LA LLUVIA


Raúl Ramírez Jurado


Las veredas de yerba muerta rodean al silencio, atrapando el canto afligido de los montes. Con llanto el niño Teófilo, reclama al cielo por ver miles de peces muertos, a otros agonizando y flotando en el río. Le preocupa lo que su abuelo dijo: otra vez no vamos a comer elotes.

Los tonos verdes del paisaje juegan con las sombras que caen sobre su cuerpo cubierto de hojas marchitas, flores sin color y la tristeza de los árboles. Asesinados por tractores del progreso que van rajando la piel de la tierra.

Los Jaguares, guardianes de alas en vuelo, desconsolados culebrean el espacio de vapor y brisa nocturna en la tierra de Veracruz. Donde descansa desde hace siglos a la orilla del río un Teokalli de piedras labradas, grises y cenizas. La insistencia del sol les da vida aunque todo es soledad y silencio. El cuerpo quieto del niño desapareció entre las piernas demolidas de un árbol. Teófilo duerme y duerme… sueña y sueña con todos los animales que habitaban esta tierra, antes de que sus rutas naturales fueran destruidas, por hombres ambiciosos que han cubierto de asfalto los montes.

Los duendes exóticos juegan en la pirámide atravesando las paredes de bruma y pedernal. Alegres bajan de los cerros por la ruta de lo cierto sin ser invocados por sus amigos campesinos. Gustosos cuidan el cuerpo del niño quien aparentemente duerme, ellos saben que está haciendo un viaje que no debe ser interrumpido.

  • ¡Hijo! ¡Teófilo! ¿A dónde te metiste? Condenado chamaco, últimamente anda muy extraño. ¿A dónde se habrá metido? Ya se lo he dicho, que no ande jugando carreras en los barrancos, con ese burro que ya está viejo. ¿O será eso de la cueva que encontramos el otro día? No sé qué le pasó. Nomás se la pasa pregunte y pregunte por esos dibujos que hay adentro. Ahora, a cada rato quiere ir. Esas figuras de símbolos antiguos le despertaron algo en su cerebro. Eso lo está volviendo loco.



El abuelo de Teófilo, desesperado camina de un lugar a otro sin lograr dar con las huellas del niño ni del burro. Aunque pasó varias veces cerca de Teófilo nunca lo pudo ver, tampoco a los duendes que lo cuidan. Ellos sonríen por la desesperación del abuelo y porque están seguros que nada le pasará al niño. Mientras el abuelo sigue buscando, a Teófilo se le aclara el sueño en el centro de un lago de agua cristalina y peces de colores. Ahí sobre el agua lo reciben dos hombres vestidos de manta. Él niño atrapado en la penumbra de su conciencia, siente que ahí, su sueño es más real que la vida misma. Los dos hombres lo conducen al salón de una pirámide, lo visten de manta y lo llevan en una lancha hasta la orilla del lago. Brincan del bote para introducirse por mucho tiempo dentro del monte. Impresionado, escucha voces armoniosas salidas de los arboles; es el canto de animales y aves dándole la bienvenida. Después de un rato le pidieron que se sentara bajo la sombra de un ahuehuete para descansar. Él seguía hipnotizado por el canto armonioso que brotaba en ese lugar. Los dos hombres iniciaron la caminata, Teófilo siguió atrás de ellos hasta llegar a una vereda. Era un camino angosto, hecho de piedras pequeñas, que atravesaba en medio de unas piedras gigantes. Ahí está de nuevo en la cueva, donde lo había llevado su abuelo, pero por otra ruta. La reconoció por las figuras que estaban en las paredes. Toda la noche estuvo aprendiendo de los dos hombres de manta.



El abuelo cansado, con la ropa rasgada y llena de tierra, se lamentaba doblando entre sus manos el maltratado sombrero de paja. La desesperación por no encontrar al nieto en toda la noche, casi lo lleva al llanto.



  • ¿Por qué lo dejé solo? Yo creo ya se me escapó. A lo mejor se le metió la idea de ir a buscar a sus padres. ¿Pero a dónde puede ir mi muchacho con apenas doce años? Él nunca ha salido del rancho… Ahora qué le voy a decir a mi hijo cuando pregunten por él. Todo por estas tierras que ya no dan nada, desde que metieron la condenada autopista. Pobres de mi nuera y mi hijo, tuvieron que ir a la capital para darle más a mi nieto, que quién sabe onde andará ahorita. ¡Teófilo! ¡Teófilo! ¡On tas, contéstame!

Así se la pasó gritando toda la noche; perdiéndose en la oscuridad, con el coro de las chicharras y el sonido del río.

Al amanecer el anciano angustiado, levantó la mirada al cielo, azotó el sombrero ya destrozado y pidió al sol que ya asomaba por atrás de los cerros: ¡Por favor cuídamelo y dame fuerza para encontrarlo! Al término de su ruego, llegó un ligero viento, levantando arena del rio revuelto con polvo de cemento, residuo del asfalto que exterminó en tres años jitomates, chiles y algunas especies de insectos. Ese polvo tóxico, movió las hojas que cubrían a Teófilo. ¡Hijo! - gritó el abuelo inclinándose para recogerlo, creyendo que había sufrido un accidente. El niño se incorporó antes que lo tomara el abuelo y lentamente sacudió sus ropas.

  • ¿Abuelito que hacemos aquí?
  • ¡Eso es lo que yo quisiera saber! Desde ayer te ando buscando. Mira cómo estoy todo revolcado y tú aquí muy tranquilo… Lo extraño es que por aquí pase varias veces y nunca te vi. Bien que lo recuerdo, por esas raíces del árbol que arrancaron esos salvajes de las máquinas.

Teófilo, afligido y sin dejar de ver al abuelo a la cara, le dijo señalando con el dedo:

  • Aquí estaba sentado en esta piedra, mirando cómo los peces reventaban de sus panzas por el veneno que dices que tiran los del ingenio. Clarito escuchaba cómo el sonido del río se convertía en palabras de quejas. ¡Sí! oía cómo se quejaba el agua cuando pasaba frente de mí, dirigiéndose al arroyo en donde nace el agua. Ahí mero donde se juntan y se hace el remolino: Yo sentí algo aquí adentro de mi pecho y me dieron ganas de llorar y lloré. Luego me vino un desguanzo y me quedé dormido pensando en lo que me decías, en por qué ya no llueve. Creo no me quedé dormido. No me lo vas a creer abuelito todo fue como un viaje, vinieron dos señores y me llevaron. Pero luego te cuento, deja que me acuerde bien.



Los dos quedaron callados y pensativos. Teófilo rompió el silencio y preguntó.



  • ¿Por qué dijiste que otra vez no íbamos a comer elotes? ¿Entonces no sirvió de nada que te ayudara a sembrar?
  • ¡Ay! hijito, cómo explicarte algo de lo que nosotros los mayores somos culpables; y todo por no enseñar a nuestros hijos lo importante de hacer las ceremonias, de pedir el agua para que llueva.
  • ¿A poco tú hacías ceremonias para que lloviera?
  • ¡Claro que sí, pero no creas que yo solo! Éramos todos los campesinos de las parcelas, participaba toda la familia. Era muy bonito.
  • ¿Dime, cómo era eso? - preguntó Teófilo apurado, sin quitarle la mirada suplicante, a la cara del abuelo.

Garraspando la garganta y apenado contestó: ¡Uuuy! hijo, a ver si me acuerdo, pos’ esto ya tiene muchos años; pero pon mucha atención, porque a lo mejor tú vas a tener que continuar estas costumbres de los pueblos antiguos. Claro, si quieres comer elotes y no solo eso, también frijoles, calabacitas y hasta chiles.

Teófilo se acomodó sobre las raíces del árbol para escucharlo. El abuelo se arrimó a un lado de él, botando sus guaraches que ya le molestaban por la caminata de toda la noche. Después de un suspiro largo dijo.



  • Los que sembrábamos nos poníamos de acuerdo para darle lo necesario al Nahual. Ese hombre era un sabio, el de más conocimiento en yerbas medicinales y otros fenómenos que producía, también tenía el poder para conectarnos con la naturaleza. Todos ya reunidos, le entregábamos masa, un té de cualquier yerba dulce, que hacíamos con agua del arroyo. Tenía que ser del arroyo porque ahí nacía y para nosotros era sagrada. También dábamos gallinas, guajolotes y una bebida de maíz que le llamábamos pozoltl. El nahual previniendo, dentro en su morralito traía jícaras, velas de cebo, maderitas de ocote y copal. Ya todo listo, él se encargaba de hacer un altar. Con maderas que él mismo cortaba, improvisaba una mesita en medio del terreno, en donde se iba a sembrar el maíz. Con cantos en náhuatl iba haciendo su ofrenda sobre la mesa con flores. Ponía imágenes de santos y un poco de comida que ya traía preparada; en el centro de la mesita, de frente a las personas acomodaba tres jícaritas, una con agua, otra con sal y la última con miel. Rodeando el centro de la misma mesa, en cada esquina colocaba una velita de sebo de diferente color, que señalaba el rumbo de los vientos; en el centro otra más grandecita, que representaba al sol. Según esto, cada viento por su lugar tiene su color. No creas que nada más las ponía así porque si. Mientras él hablaba con los guardianes del lugar, las mujeres iban adornando la parte de arriba del altar con arcos de ramas forradas de yerbas dulces, hojas grandes y flores silvestres. Cuando ya estaba el altar terminado, con sus ajuares daba comienzo la ceremonia con rezos católicos dirigidos a los santos. Las oraciones las decía en la lengua que antes se hablaba en este lugar. Poco a poco se iba perdiendo la claridad de las palabras, hasta que se dejaba de entender. Aquí comenzaba lo mágico: los rezos ya no eran cristianos, eran oraciones al fuego, a la tierra, al aire y al agua. Pero eso nadie lo sabía, nada más los mayores. Luego con el sahumador, hacia movimientos en cruz de izquierda a derecha para limpiar el espacio en donde estaban nuestros cuerpos; el humo y aroma de copal lo envolvían al caminar. Por momentos el hombre desaparecía. Clarito se veía cómo algo se lo llevaba y lo regresaba: su cabeza hacia movimientos de gato montés o de tigre, su mirada era de venado y su cuerpo danzaba como una plumita arrullada por él viento. Él decía palabras que la naturaleza entendía, pero nosotros ya no. Y nos dábamos cuenta porque en ese momento llegaban parvadas de pájaros de muchos colores a nuestro alrededor haciendo muchos cantos. El viejo sabio ya había logrado conectarnos con la naturaleza. Durante toda la ceremonia algunos niños hacían sonidos de animales, principalmente de ranas que simbolizan el agua; otros imitaban chachalacas para llamar con graznidos el agua. Al final de la ceremonia, el Nahual daba la espalda al altar y con una jícara aventaba el pozoltl hacía atrás para darle de beber a los vientos y a los guardianes eternos del lugar. Terminando esto, dábamos gracias y comenzaba la comida. Siempre al mismo tiempo que comíamos caía una ligera llovizna, aunque no hubiera ni una sola nube. Esa era la señal de que sí llegaría agua para la siembra. A esta ceremonia se le llama “Pedimento de agua al Señor del Trueno o a Tlalok”.
  • ¿Y con eso ya llovía? - preguntó Teófilo recargando su cabeza sobre el abuelo y mirando al cielo.
  • Claro mijo, nunca nos falló.
  • ¿Y quién era ese hombre sabio de tanto poder?
  • Con un carajo, pos quien más, pos tu tatarabuelo… Pero desde que murió ya nadie quiso hacerla; más cuando llegaron los de esas religiones, que todo lo que no entendían decían que era cosa del diablo. ¡Si no hacemos ceremonia para la próxima temporada, otra vez nos vamos a quedar sin elotes!
  • Ahora que me dices todo eso de las ceremonias ya recordé lo que soñé en el viaje. Esos hombres que me llevaron, me dijeron que yo tenía que hablar con las nubes y que tú me tienes que enseñar. Pero eso no era lo principal, primero teníamos que recuperar nuestra identidad y que tenía que ser pronto. La verdad, a eso ya no le entendí. Luego me siguieron explicando los dibujos de la cueva. Algunas cosas son lo que ya me has explicado. Como lo de la luna, según su posición se trabaja la tierra. Pero todo lo demás eran puras cuentas. ¿Te acuerdas de los dibujos, las grecas, círculos de colores y triángulos? ¿Ah y esas caras de señores con plumas en la cabeza? Bueno, me dijeron que los círculos son los planetas y que todo estaba acomodado en cuentas de trece en trece; y, según como se alineen, es el comportamiento del los humanos, de las plantas y los animales. Y que los hombres antiguos de estas tierras se mantenían dentro de esa armonía, logrando entonarse con el lenguaje del universo, eso era la integración a la identidad de todo lo que existe. Pero que nosotros ya habíamos perdido todo: identidad individual, colectiva y universal. Ahí es donde me hice más bolas. Y ya no entendí nada. ¿Qué es identidad, abuelito?

El abuelo sonriendo dijo.

  • Esa misma pregunta le hice a mi abuelo cuando escuché esa palabra de un señor que era amigo de él. Yo era niño, más chico que tú; se la pasaron toda la noche hablando de la identidad y de un viaje que debía hacer mi abuelo. Al otro día le hice la misma pregunta que me acabas de hacer. Su respuesta fue tan sencilla; hasta creí que me estaba vacilando. Me mando al pozo, en donde está el manguito y me dijo: Mañana te vas al pozo a las doce del día y trata de encontrar tu cara en el fondo. Ahí vas a ver qué es la identidad -

Y ahí estuve al otro día mirando el fondo. Primero vi todo obscuro, lentamente fui distinguiendo la pared en círculo con sus piedras naturales, poco a poco se me fue aclarando la vista y logré ver hasta el fondo. En ese largo hueco al final, el agua estancada se comenzó a mover ligeramente haciendo olas muy pequeñas; luego, entró el reflejo del sol por mis hombros rodeando mi cabeza; el fondo era un espejo hecho pedazos en movimiento. Enseguida vi el reflejo de mi cara, el movimiento de esas pequeñas olas me hacían sentir que mi cara estaba abierta en varias partes. Y ahí, adentro de mi cara, logré ver los recuerdos escondidos que tenemos los seres humanos. Primero me espanté, luego me dio tristeza y me entró la necesidad de querer despertar todas esas cosas dormidas dentro de mí. Me incorporé inmediatamente y corrí hasta el rancho para que mi abuelo me enseñara a seguir despertando, pero cuando llegué él ya había muerto. Ya de grande entendí que toda su enseñanza ya vivía dentro de mí, y entendí que la identidad individual es encontrarse a sí mismo, para saber qué es lo que ordena dentro en nosotros. La oscuridad de nuestro pozo la tenemos que iluminar con sabiduría para iluminar nuestro camino, solo así llegaremos a nuestro verdadero rostro. Imagínate, sin identidad cómo podremos integrarnos a la naturaleza. Las caras de esos hombres con plumas que hay en la cueva son los guías del comportamiento. Son energías representadas y viven dentro de nosotros, pero en este momento se encuentran dormidas, ya hay que despertarlas.



Teófilo sintió otra vez ese desguanzo del sueño y comenzó a dormir, con la voz entrecortada preguntó: ¿Y tú cómo sabes eso abuelito… quien te siguió… enseñando?

Cuando contestó el abuelo el niño ya estaba medio dormido y entre sueños escuchó la respuesta.

  • Hijo, todo lo sabemos, sólo hay que recordarlo. Ese es el gran legado que nos dejaron nuestros antepasados por haber nacido en estas tierras… ¡Condenado muchacho ya se volvió a dormir! Yo creo éste va a ser el que despierte la razón en los hombres. Él es como me lo decía mi abuelo: Llegará el día que un hombre ocasione el despertar colectivo. Y yo que no quería mostrarle los conocimientos hasta que los mereciera, pero creo éste chamaco se adelantó, pos ni modo ahora a enseñarle. ¡Teófilo, Teófilo, párate ya vámonos!



Cuando despertó el niño, se echo a los brazos del abuelo y llorando le dijo: ¡Tú eres uno de esos hombres que soñé y que me llevaron al viaje! ¡Tenemos que hacer las ceremonias para que vuelva a llover!



En ese momento llegó el burro, Teófilo lo acarició por el cuello. El abuelo lo arreó haciendo chasquidos con la boca y les dijo: Vamos, vamos, ya vámonos. Los tres se perdieron en la loma, envueltos por el polvo y dejando atrás el río, que por un momento calmó su tristeza llevando alegría al arroyo en donde nace el agua.



 
 

 

miércoles, 8 de julio de 2015

La cueva

Por Cora_LIP.

Fuera estaba a punto de llover. Tras los cristales escuche a lo lejos un trueno, abrí la ventana y olí la tierra…sí llovería…reconocería ese olor en cualquier parte.

Mire hacia afuera, la Primavera estaba a punto de hacer su aparición y entonces el jardín se llenaría de flores llenas de vida y color.

Volví al escritorio intentaba escribir sobre aquella situación para poner en orden la cabeza y los sentimientos, los días habían sido caóticos, las horas una espera amarga y los minutos un abismo desesperante.

Tras aquella página en blanco, el cursor intermitente me miraba instándome a empezar, pero en mi mente se reflejaban millones de imágenes y palabras a la vez y era incapaz de ponerles ni orden, ni sentido.

Fui hacia el altar, aquel lugar siempre me hacía sentir tranquila. Encendí una vela pidiéndole a la Diosa una ayuda para despejar la mente, una voz que me susurrara el camino y una luz que me lo mostrará.

Minutos después volví a sentarme ante aquel ordenador y esa dichosa página en blanco. Puse los dedos sobre el teclado, me tome mi tiempo...

-¡Vamos! Necesito ser capaz de hacer esto, mi cabeza no puede más.

No hubo respuesta, mis dedos se negaron a moverse y mi cabeza seguía siendo una marea de pensamientos. Las lágrimas asomaron a mis ojos.

-¡Justo lo que no quería que pasará! ¡Otra vez no!-busque un pañuelo cerca, pero durante esos días los había gastado todos. Así que lloré, lloré hasta que mi cuerpo no pudo más y fui durmiéndome presa del cansancio.

El bosque era simplemente inimaginable. Los árboles y las plantas crecían sin ningún orden y en tal desorden, la “magia” que creaban, era preciosa.

Los colores vibraban, descubrí campanillas, amapolas, rosas, gerberas, era como ver una paleta de un pintor en plena ebullición. Los olores de la salvia, la hierbabuena y las demás plantas aromáticas creaban un ambiente armonioso.

Las hadas iban y venían en un constante ajetreo y las ninfas se bañaban y jugaban con el agua de un pequeño río que estaba a la derecha de donde me encontraba.

-Perséfone, ven con nosotras-gritaron.

De repente justo detrás de donde me encontraba una pequeña doncella de brillantes cabellos castaños corrió hacia ellas, pasando a mi lado rozándome casi con los dedos.

Se quedo quieta, miró hacia atrás, alzo la vista justo hacia mí y allí estaban mirándome dos oscuros ojos verdes con una intensidad tal que mi alma se estremeció, como si hubiera podido ver a través de mí. Sin embargo, se giró como si no hubiera nada que mirar, como si yo no estuviera allí…

Juraría que la vi sonreír antes de darse la vuelta, pero no dijo nada y fue corriendo en dirección a las ninfas que la llamaban.

Sabía quién era ella, la reconocí en cuanto dijeron su nombre. En mi altar siempre estaba presente de alguna manera. La Reina de los Muertos, la reina del Inframundo, la hija de Deméter.

Me dirigí hacia donde estaban jugando y recogiendo flores, pasando completamente inadvertida, no me veían, pero ella…

-Hubiera jurado que si me vio.

Perséfone se alejó del grupo, camine tras ella, confusa, sin saber dónde se dirigía. Bordeamos el río, hasta que éste terminó en una cascada que caía con fuerza a un inmenso lago. La vi caer desde lo alto de la cascada, sin tan siquiera rozar las piedras, entrando al lago con majestuosidad.

Me deje caer, la altura era considerable pero no tenía miedo. Estaba allí por alguna razón y quería descubrir cuál.

Justo tras la cascada, en la base del lago había una cueva, Perséfone aparto una cortina de agua dándome el tiempo justo para pasar tras ella.

Allí la energía que se desprendía era intensa y la paz, la tranquilidad y el silencio cubrían todos sus huecos. En el centro de la cueva, había una abertura que dejaba penetrar los rayos del sol cada vez menos potentes cediéndole el paso a la luz de la luna.

Entonces cuando me estaba preguntando que hacíamos allí apareció un hombre a través de una grieta de la cueva. Era fuerte, no sabría a ciencia cierta qué edad tendría, tenía una belleza peculiar, facciones marcadas, hombros, brazos y piernas definidas e irradiaba un poder que más que violencia, generaba un temor respetuoso.

-Hades ¿qué haces aquí?

Sin mayores explicaciones, Hades rodeo con un brazo a Perséfone y desapareció.

Y yo con ella…

-Claro, el rapto de Perséfone, reconozco la historia. Me la sé de memoria. Perséfone, fue raptada por Hades y Deméter, su madre busco por todos lados sin encontrarla. Descuido a la Tierra, las flores se marchitaron, las hojas de los árboles dejaron de cubrirlos y el paisaje quedo pintado de tonos dorados y marrones.

Zeus tuvo que intervenir, pero Hades engaño a Perséfone y comió las semillas de una granada en el trayecto y fue entonces cuando se pactó, que Perséfone subiera a la Tierra durante una parte del año y bajará con Hades al Reino de los Muertos los restantes. Nacieron así la Primavera y el Verano, cuando Deméter se ocupaba de la Tierra y estaba feliz junto a su hija y el Otoño y el Invierno, cuando Perséfone volvía junto a Hades.

El sitio donde estaba era oscuro, frío pero desprendía el mismo poder que el Dios me había hecho sentir en la cueva. Por lo que deducía estaban en su Reino, el Más Allá.

-¿Él estaría aquí?- Muy apropiado, para la situación en la que estaba.

Busque en la estancia donde me encontraba, era un salón grandioso, con columnas de mármol, ennegrecido por el tiempo. A un lado, junto a dos perros enormes, estaban Perséfone y Hades.

No parecía que ella estuviera en malas condiciones, ni afectada por su rapto o su captor. ¿Qué pasaba allí?

Las palabras que me llegaban eran seguras y vibrantes pero no estaba segura del sentido. El Dios deslizo algo en las manos de ella, que escondió entre los pliegues de su vestido.

Hades salió entonces de la habitación y me quede a solas con Perséfone. La Diosa me sonrió y por primera vez me habló:

-¿Te preguntas si está aquí verdad?

Sorprendida por las palabras después del silencio del principio y porque conociera mis pensamientos, el único sonido que salió de mis labios fue una especie de gruñido seco.

Ella rio y volvió a hablar:

-Sí está aquí. El Aqueronte1 lo trajo hace unos días. Debes dejarlo marchar, sea cual haya sido la situación.

-Pero, me quedaron tantas cosas por decirle, tantas cosas por aclarar, tantas cosas por saber…

-A veces, las cosas están más claras de lo que podamos llegar a pensar. Solamente debemos mirar las situaciones con otros ojos. No siempre todo es lo que parece.



Tras esas palabras mi mente estaba aún más confusa. Su muerte había sido una verdadera infamia, un acto cruel a manos de una mente confusa y trastornada, la mano ejecutora de una mente fría y calculadora que jamás saldría salpicada por lo que había provocado.

Que era lo que no estaba claro. Me había quedado sin poder hablar con él, con el corazón, nunca tuve esa oportunidad y no la tendría. Se había ido confuso y yo me había quedado con la sensación de tener algo que decir.

Intente despejar la mente, pensar en otra cosa…

-¿Sabes que tu madre te está buscando Perséfone? –me asombre de la familiaridad con la que me atrevía a hablar a la Diosa.

-Sí lo sé. Y sé lo apenada que está porque piensa que me ha perdido.

-¿Piensa? No. Te ha perdido.

-Como te he dicho, no todo es siempre lo que parece.

La miré confusa.

-Ya lo entenderás.

Los acontecimientos se sucedieron uno tras otro, Zeus ordeno que Perséfone regresará junto a su madre. En la cara de la Diosa, vi reflejado dolor por un breve instante.

Viaje con ella, en la barca que debía devolverla, y entonces la vi sacar una granada entre sus manos.

-¡No!-la grite, pero entonces la vi sonreír y…lo comprendí.

La Diosa comió seis semillas de granada, antes de salir del Hades.

Mire hacia la otra orilla, Hades estaba allí, mirando desde el punto más alto, su cara reflejaba una mezcla entre preocupación y satisfacción.

Perséfone ya no podría abandonar el Hades, Zeus entonces debería hacer el pacto. Durante seis meses la Diosa permanecería al lado de su madre pero durante los otros seis sería la esposa de Hades, la Reina de los Muertos.

Todo cobraba sentido, la complicidad, las sonrisas, las palabras, las semillas…La historia estaba mal contada. Nadie engaño a la Diosa, ella misma comió las semillas consciente de lo que pasaría…amaba a Hades y a su madre.

Recordé sus palabras. No todo es siempre lo que parece. Me giré para poder hablar.

-No hace falta que digas nada. Te dije que lo comprenderías.

-Sí, pero que tiene que ver esto conmigo.

-Las historias a veces no se cuentan de la forma en la que en realidad sucede. Y eso es así, porque en ocasiones no se sabe a ciencia cierta qué es lo que las partes opinan realmente en su interior.

-¿Dónde está él?

-Fue juzgado por Minos, Radamantis y Éaco2, ante Hécate. Su alma irá a los Campos Elíseos3 o a la Tierra Estival como vosotras lo llamáis. Ahora debes marcharte y recordar lo que has aprendido para poder avanzar. Déjalo marchar, su alma está ahora donde debe estar. Él ya comprendió, vio y entendió absolutamente todo lo que paso por esta vida. Su alma está ahora descansando, esperando a que llegue de nuevo su próxima vida.



Así acabo todo. Un segundo después mientras las palabras de la Diosa resonaban aún en mis oídos, una caída desde la silla donde estaba me despertó.

-¿Un sueño?, ¿en serio?-había sido todo tan vívido.

Debía poner en orden todo lo que la Diosa me había dicho. Había sido un descubrimiento para mí el saber que Perséfone realmente quería quedarse en el Más Allá con Hades, porque lo amaba. El mito desde luego, no hacía referencia a ello.

Me acerque a la ventana, ahora llovía con toda intensidad pero las nubes dejaban un cachito de cielo libre. Justo como en aquella cueva detrás de la cascada. Me pase mi manta verde por los hombros. Adoraba el tacto suave y cálido de aquel trozo de tela; me reconfortaba la idea de pensar que la Diosa había contestado a mi llanto desesperado.

Miré a través de ese cachito de cielo. Las estrellas estaban brillando con intensidad. Su luz se reflejaba en la lluvia creando un efecto muy bonito.

Y la vi… la Luna apareció en uno de esos cachitos de cielo y mi mente se acordó de nuevo de él. Adoraba la luna, siempre hablaba de ella.

Vi su imagen reflejada en su luz. Vi sus facciones morenas, aquellos ojos castaños que brillaban y te miraban con esa paz que siempre flotaba a su alrededor, vi su sonrisa.

Y entonces lo supe, él lo sabía…

Su cuerpo era una vasija, él ya no estaba aquí, su alma estaba esperando. Tal vez algún día, nuestras almas podrían volver a encontrarse, como amigos, como hermanos, como amantes…daba igual. En esta vida su momento había acabado, aunque hubiera sido de la forma más cruel que existe. No debía guardar rencor por los causantes de su partida, su alma ya no guardaba ningún sentimiento que no fuera aprendizaje.

Y comprendió lo que la Diosa había intentado enseñarla. Que las cosas no son siempre como parecen. Que a pesar de lo claro que pudiera presentarse la situación, tan sólo en el interior de las personas se encontraba la verdad sobre sus pensamientos y sentimientos.



Ya sabía todo que necesitaba, nadie podría quitarle eso, nadie podría arrebatárselo, porque al igual que el mito de la diosa, quedaría oculto tras una cortina de agua de una cascada, en el interior de una cueva, donde se encontraban todos nuestros sentimientos y pensamientos no pronunciados, al lado de unas semillas de granada que la historia olvido mencionar fueron tomadas por amor.



1 Era el río que Caronte utilizaba para transportar las almas de los muertos hacia el Hades.

2 Eran los tres jueces del Inframundo.

3 Parte del Hades donde eran llevadas las almas de los virtuosos y valerosos. Las otras partes eran los Campos de Asfódelos y el Tártaro.

martes, 7 de julio de 2015

La voz del silencio

 
Por Ayra Alseret




Hay alguien en mi vida que me intriga. Necesito hablar de ella. Está sentada de espaldas a mí mientras mira por la ventana hacia el jardín. Fuera está lloviendo y el aire es denso por el calor de esta noche de verano. Aunque no puedo verla sé que sabe que me muerdo las uñas y que mi mirada se pierde mucho más lejos de lo que mis ojos abarcan. Si alzo la voz para llamarla, se volverá y me mirará,  asentirá a mis palabras, pese a que no tengan para ella mucho sentido. Porque a veces, vivo en un mundo privado, que yo misma cree, donde mi voz y la tuya no tienen sentido ni razón de ser, pero la de ella, siempre es clara y constante.

    La voz se me quiebra a veces, cuando le hablo, y pienso que no me ha escuchado. Tal vez, no ha querido oírme...

    Si pudiese... si pudiese, cogería sus manos y la miraría  a la cara, a sus ojos almendrados, le sonreiría y la sacaría al jardín a mojarnos bajo la lluvia, abrazadas; y  lloraría la pena que obstinadamente llevo dentro y que no quiero sacar, porque sus manos son las más cálidas y más reconfortantes. Yo sé que sólo ella, que se sienta a mi lado y pasa su mano por mi frente, es capaz de desterrar esas tristezas que por alguna razón llevo dentro.

    La única razón que me impide acercarme a ella es la muralla invisible que la rodea, cuando necesariamente me niega su presencia, como un reto en el camino. Puedo observar su larga melena  cayendo por su espalda en rizos de fuego y miel. Puedo mirarla pasear sus  manos por el aire, como yo las paseo por el cristal de las ventanas, dibujando vagas formas sin sentido. Puedo escuchar sus suspiros y su voz murmurando palabras incomprensibles. Pero no puedo acercarme a ella completamente. Ella tiene a su alrededor una muralla, una atalaya enorme, de ladrillos que esconden silencios y secretos susurrados a media voz. A veces ella me mira desde una rendija y me muestra un trocito del jardín que la rodea, ora en flor, ora seco.

    Sabe de sobra que nosotros, los que vivimos fuera de su atalaya, podemos oír su canto desesperado y sus palabras contenidas. Sé que lo sabe. Pero me mira y me sonríe, encantadora, serena. Algunas veces, me engaña, y parece mostrar un poco de sí misma cuando, en realidad, se oculta entre tinieblas. Me gustaría romper ese muro y que toda ella se vierta al exterior, que la luz  dañe los ojos, que su voz escape llenando el silencio atronador que me consume. Si ella quisiera... Me gustaría explicarle que yo tengo miedos;  que me aterra el sonido del viento, que se me antojaba horrible en las rendijas abiertas de las ventanas y puertas; gemido lastimero de almas en pena arrastradas en el aire; que necesito que se quede conmigo otra noches más. Pero ella se me escapa sin antes haber venido a mí. Es difícil de explicar.

     Oigo su voz de mismo modo que si tú lo intentas la oirás con claridad: es la voz del silencio gritando. Insoportable quejido. Esa voz se  escapa por cada poro, en cada suspiro, en cada mirada. En silencio grita y me consume, y puedo escuchar su atronador sonido... Es un enigma completo, no puedo saber que piensa ni que siente con seguridad. No habla nunca de sí misma,  y cuando lo hace habla tan bajito y tan rápido que parece estar contando una historia ajena, que se pierde en los ecos del tiempo... A veces, sin saber porqué, los ojos se me llenan de lágrimas claras, mientras me habla,  y lloro sacudiendo despacio la cabeza y negando constantemente.

    Ella se sienta a mi lado, y me mira con sus ojos ardientes, sabe de mi más de lo que yo nunca podría saber de ella. Me observa consciente de mis secretos, mis sentimientos y mis debilidades. A veces la oigo decir, «háblame de ti» , pero yo no puedo explicarle que escribo versos vacíos, que se suicidan en el papel discontinuo de mi voz quebrada; ni que me gustan las tormentas, el olor a tierra mojada, las tardes de otoño cuando todo parece cubierto de bronce viejo. Pero no puedo explicarle todos los secretos susurrados al inconsciente, y muchas veces, me quedo sin voz cuando me mira.

     Mientras, fuera ha dejado de llover. Ha llegado el momento de separarnos de nuevo. Me dispongo a despedirme de Hécate, levanto mi Círculo y recojo el altar, esperando poder descifrar lo que la voz del silencio me grita.

sábado, 4 de julio de 2015

La risa de la hiena

 
por Saraswati  Kali

 
El guerrero escuchaba los gemidos entrecortados cada vez más cerca, y lenta y silenciosamente se acercó al lugar donde estaba la hiena, que devoraba la carne blanda y grasa. La mejor parte de una pieza que había costado mucho cazar. En un abrir y cerrar de ojos, lanzó la flecha a la bestia y se acercó ya sin miedo hacia el cuerpo que había abatido de un solo flechazo. La hiena se quejó y luego continuó su pesada risa entre estertores de agonía.  El guerrero estaba seguro de que nunca más volvería a levantarse, pero la hiena continuaba riéndose, aun en su propia muerte, y por no saber apreciar cuándo es tu final y cuándo debes morir con dignidad, él se burló de ella.

-   De qué te ríes – le dijo -, bicho inmundo que sólo vives de carroña y no aprecias el valor de una buena cacería. Tú que husmeas entre los restos de los demás y que sólo sabes reír mientras matas, reír mientras mueres, reír, reír. Dime, ¿qué te parece tan gracioso?

-   Tú. Tú me pareces gracioso – contestó la hiena.

-   Deberías reírte de ti mismo. Mírate. Eres un saco de huesos y ni siquiera sabes cazar. Eres un ser patético. Nadie en la sabana siente aprecio por las hienas, sois despojos, lo más bajo. Deberías avergonzarte, llorar, sentirte desgraciado y arrepentido. Expiar tu falta de decoro y de modales.

La hiena soltó un hilillo de sangre por la comisura de los labios y volvió a reír.

-  No te he contado ningún chiste – dijo el guerrero-. Te he clavado una flecha y morirás en breve. Te has comido la mejor pieza que comerá mi tribu en días. Mi gente lo está pasando mal, ¿sabes? Hacía meses que había sequía y muchos han muerto. Han nacido niños y llevaba esta pieza para sus padres y madres. Muchas vidas estaban en mis manos por haber conseguido esta pieza, y ahora ha sido mancillada por la suciedad de tu boca, bicho despreciable y maldito.

La hiena rió con más fuerza, respirando pesadamente.

-   Mi padre murió el año pasado, mi esposa, de parto hace tan sólo unas lunas. ¿Crees que mi vida es fácil, estúpido e insensible saco de pulgas, malnacido ser que habita entre carroña y peste? ¿Crees que puedes reírte de mí? ¿Crees que es fácil ser quién soy?

Entre carcajadas, la hiena contestó:

-   Te burlas de mí por ser lo peor, me desprecias diciendo que vivo de carroña, y en cambio te lamentas por todo lo que te acontece. Dime, víctima de la vida, ¿cómo llamas a ser despreciado por todos y cada uno de los seres que te cruzas en el camino, sino ser desgraciado? Lamentas tu desgracia con un ser al que desprecias y al que has herido mortalmente, y no valoras tu vida. Ahora espero una agonía lenta y dolorosa, pero sigo riendo. Moriré entre grandes dolores, pero moriré sabiendo que nunca me lamenté por mi vida, que aprendí de todas las desgracias, incluso de los insultos, y que la valoré por encima de todo. Mi único pecado fue reírme de mi propia suerte y gracias a eso pude sobrevivir. Ahora, lárgate y déjame morir en paz, déjame morir riendo.

El guerrero vaciló y entonces comprendió. Con gran respeto, hundió su arma en el corazón de la hiena y le dio el don de la Muerte. Cavó un hondo hoyo donde la enterró y le presentó sus respetos antes de volver a la tribu.

Desde entonces, los hombres de ese clan se hacen llamar hombres hiena y le presentan respetos a la colina y al árbol que surgió del cadáver del desgraciado animal. Y aunque se lamentan por sus desgracias cuando las tienen, sólo se trata de un momento de tristeza en sus vidas para seguir adelante, cosa que siempre hacen con una sonrisa.

Sabiduría querida


Por Lord Eblis Z Pendragon



“Sabiduría Querida”.


No sé cómo decirte quién soy pues siempre existe algo que parece separarnos. Pero espero que algún día sientas como yo siento, y te des cuenta de que es una ilusión. ¿Realmente quieres saber quién soy? A veces me lo pregunto, me pregunto si eso no echaría todo a perder. Es increíble que estando tan cerca, pasemos la mayor parte de nuestra vida separados. Todos los días rezo que cuando te des cuenta no sea demasiado tarde. Pues a veces pasa. Aunque todo sea ultimadamente para bien. Aunque todo pase. Aún tengo esperanza de que algún día pronto, te fijes en mí.

Déjame explicártelo en tus términos – Dioses, qué difícil es explicar aquello que es más evidente.
Me siento todos los días frente a dos enormes pantallas, y transcurro el tiempo esperando que repares en mí. En mi estudio hay muchas pantallas más, y eres tan especial para mí que a ti te dedico dos. Trato de seguir todos y cada uno de tus movimientos, aunque no siempre me es posible – ciertamente no es sencillo y no siempre es agradable. Te involucras en tantas cosas que considero están tan por debajo de tu nivel, que a veces pienso rayas en la locura. Hay algunas veces que te doy “Like”, le doy “Comentar” o incluso te doy “Compartir” para que otros te vean. Pero pocas veces esto sirve, a lo sumo reparas en mí tan solo un instante. Porque además, tengo la desdichada suerte de que generalmente cuando hago alguna – o todas – de las tres anteriores acciones: Resulta que tu movimiento se vuelve muy popular también con otros, y mis atenciones se pierden en un mar de Likes, Comments & Shares que al parecer son más atractivos que los míos. Y me pierdo entre todos ellos, y lo que es peor: Te alejan de mí. Te surgen entonces proyectos, invitaciones, actividades que te alejan de mí. Distracciones que no siempre te serán placenteras, situaciones que a veces ya viviste pero pareces querer vivir otra vez, lejos de mí.


Mi trabajo me obsesiona, me define, me encanta porque es parte de mí. No sólo representa mi sustento y mi principal actividad, también es mi razón de vivir y por ello es lo que me nutre, es parte fundamental de lo que soy.


Donde vivo hay otros como yo, con sus estudios llenos de pantallas, y sus propias obsesiones. Los que llevan más tiempo y están en niveles superiores me dicen que han pasado por la misma situación que yo, que ni siquiera me preocupe. Que sí, estoy obsesionado, pero todo pasará.


Tienes mi promesa de que Yo seguiré gritándote, desde atrás de las pantallas, al fondo del proyector, hasta que escuches mi voz por encima de todas las demás. A veces pienso que lo hemos logrado, que mis consejos te han llegado de una forma u otra, que puedes sentir mi presencia entre tanta distracción y estímulo. Especialmente cuando pareces practicar tu propia versión de la quietud… Hoy es Luna Llena e hiciste una hermosa meditación ante un gran cuenco de agua, a los pies de tu ventana. Cuando asomaste tu cara sobre la quietud del agua y clavaste la mirada en esos dos enormes ojos, me transporté al final del túnel, del otro lado de estas pantallas, y debajo de la misma Luna. Y por un instante nada nos separó.



Alma de Sofía1 David2 (especie Homo Sapiens Sapiens).

A Cargo de 4,194 pantallas.

Nivel “6-H”. Asignada al gigante Gaia.

A bordo de la Mónada Pemptoneira, “Pema”.

Con Destino a La Fuente.
 
 
 
 
 

1 Sofía. De origen “Griego”, significa “Sabiduría”. Rankeado No. 1 entre los nombres para hembras de la especie nacidas en el año 14 de la Era de Acuario en lo que ellos llaman Argentina.

2 David. De origen “Hebreo”, significa “Querido”. Rankeado No. 1 entre los nombres para machos de la especie nacidos en el Año 13 de la Era de Acuario en lo que ellos llaman Estados Unidos de Norteamérica.