sábado, 4 de julio de 2015

La risa de la hiena

 
por Saraswati  Kali

 
El guerrero escuchaba los gemidos entrecortados cada vez más cerca, y lenta y silenciosamente se acercó al lugar donde estaba la hiena, que devoraba la carne blanda y grasa. La mejor parte de una pieza que había costado mucho cazar. En un abrir y cerrar de ojos, lanzó la flecha a la bestia y se acercó ya sin miedo hacia el cuerpo que había abatido de un solo flechazo. La hiena se quejó y luego continuó su pesada risa entre estertores de agonía.  El guerrero estaba seguro de que nunca más volvería a levantarse, pero la hiena continuaba riéndose, aun en su propia muerte, y por no saber apreciar cuándo es tu final y cuándo debes morir con dignidad, él se burló de ella.

-   De qué te ríes – le dijo -, bicho inmundo que sólo vives de carroña y no aprecias el valor de una buena cacería. Tú que husmeas entre los restos de los demás y que sólo sabes reír mientras matas, reír mientras mueres, reír, reír. Dime, ¿qué te parece tan gracioso?

-   Tú. Tú me pareces gracioso – contestó la hiena.

-   Deberías reírte de ti mismo. Mírate. Eres un saco de huesos y ni siquiera sabes cazar. Eres un ser patético. Nadie en la sabana siente aprecio por las hienas, sois despojos, lo más bajo. Deberías avergonzarte, llorar, sentirte desgraciado y arrepentido. Expiar tu falta de decoro y de modales.

La hiena soltó un hilillo de sangre por la comisura de los labios y volvió a reír.

-  No te he contado ningún chiste – dijo el guerrero-. Te he clavado una flecha y morirás en breve. Te has comido la mejor pieza que comerá mi tribu en días. Mi gente lo está pasando mal, ¿sabes? Hacía meses que había sequía y muchos han muerto. Han nacido niños y llevaba esta pieza para sus padres y madres. Muchas vidas estaban en mis manos por haber conseguido esta pieza, y ahora ha sido mancillada por la suciedad de tu boca, bicho despreciable y maldito.

La hiena rió con más fuerza, respirando pesadamente.

-   Mi padre murió el año pasado, mi esposa, de parto hace tan sólo unas lunas. ¿Crees que mi vida es fácil, estúpido e insensible saco de pulgas, malnacido ser que habita entre carroña y peste? ¿Crees que puedes reírte de mí? ¿Crees que es fácil ser quién soy?

Entre carcajadas, la hiena contestó:

-   Te burlas de mí por ser lo peor, me desprecias diciendo que vivo de carroña, y en cambio te lamentas por todo lo que te acontece. Dime, víctima de la vida, ¿cómo llamas a ser despreciado por todos y cada uno de los seres que te cruzas en el camino, sino ser desgraciado? Lamentas tu desgracia con un ser al que desprecias y al que has herido mortalmente, y no valoras tu vida. Ahora espero una agonía lenta y dolorosa, pero sigo riendo. Moriré entre grandes dolores, pero moriré sabiendo que nunca me lamenté por mi vida, que aprendí de todas las desgracias, incluso de los insultos, y que la valoré por encima de todo. Mi único pecado fue reírme de mi propia suerte y gracias a eso pude sobrevivir. Ahora, lárgate y déjame morir en paz, déjame morir riendo.

El guerrero vaciló y entonces comprendió. Con gran respeto, hundió su arma en el corazón de la hiena y le dio el don de la Muerte. Cavó un hondo hoyo donde la enterró y le presentó sus respetos antes de volver a la tribu.

Desde entonces, los hombres de ese clan se hacen llamar hombres hiena y le presentan respetos a la colina y al árbol que surgió del cadáver del desgraciado animal. Y aunque se lamentan por sus desgracias cuando las tienen, sólo se trata de un momento de tristeza en sus vidas para seguir adelante, cosa que siempre hacen con una sonrisa.

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