por Saraswati Kali
- De qué te ríes – le dijo -, bicho inmundo que sólo vives de carroña y no aprecias el valor de una buena cacería. Tú que husmeas entre los restos de los demás y que sólo sabes reír mientras matas, reír mientras mueres, reír, reír. Dime, ¿qué te parece tan gracioso?
- Tú. Tú me pareces gracioso – contestó la hiena.
- Deberías reírte de ti mismo. Mírate. Eres un saco de huesos y ni siquiera sabes cazar. Eres un ser patético. Nadie en la sabana siente aprecio por las hienas, sois despojos, lo más bajo. Deberías avergonzarte, llorar, sentirte desgraciado y arrepentido. Expiar tu falta de decoro y de modales.
La hiena soltó un hilillo de sangre por la comisura de los
labios y volvió a reír.
- No te he contado ningún chiste – dijo el guerrero-. Te he clavado una flecha y morirás en breve. Te has comido la mejor pieza que comerá mi tribu en días. Mi gente lo está pasando mal, ¿sabes? Hacía meses que había sequía y muchos han muerto. Han nacido niños y llevaba esta pieza para sus padres y madres. Muchas vidas estaban en mis manos por haber conseguido esta pieza, y ahora ha sido mancillada por la suciedad de tu boca, bicho despreciable y maldito.
La hiena rió con más fuerza, respirando pesadamente.
- Mi padre murió el año pasado, mi esposa, de parto hace tan sólo unas lunas. ¿Crees que mi vida es fácil, estúpido e insensible saco de pulgas, malnacido ser que habita entre carroña y peste? ¿Crees que puedes reírte de mí? ¿Crees que es fácil ser quién soy?
Entre carcajadas, la hiena contestó:
- Te burlas de mí por ser lo peor, me desprecias diciendo que vivo de carroña, y en cambio te lamentas por todo lo que te acontece. Dime, víctima de la vida, ¿cómo llamas a ser despreciado por todos y cada uno de los seres que te cruzas en el camino, sino ser desgraciado? Lamentas tu desgracia con un ser al que desprecias y al que has herido mortalmente, y no valoras tu vida. Ahora espero una agonía lenta y dolorosa, pero sigo riendo. Moriré entre grandes dolores, pero moriré sabiendo que nunca me lamenté por mi vida, que aprendí de todas las desgracias, incluso de los insultos, y que la valoré por encima de todo. Mi único pecado fue reírme de mi propia suerte y gracias a eso pude sobrevivir. Ahora, lárgate y déjame morir en paz, déjame morir riendo.
El guerrero vaciló y entonces comprendió. Con gran respeto,
hundió su arma en el corazón de la hiena y le dio el don de la Muerte. Cavó un
hondo hoyo donde la enterró y le presentó sus respetos antes de volver a la
tribu.
Desde entonces, los hombres de ese clan se hacen llamar
hombres hiena y le presentan respetos a la colina y al árbol que surgió del
cadáver del desgraciado animal. Y aunque se lamentan por sus desgracias cuando
las tienen, sólo se trata de un momento de tristeza en sus vidas para seguir adelante,
cosa que siempre hacen con una sonrisa.
Hombre hiena :)
ResponderEliminar¡¡Qué gran lección!! ¡¡Muy cierto!!
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